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Bioética y La Lumen Fidei

Fray Duberney Rodas Grajales, O.P.



“La fe cristiana, no sustituye a la razón

sino que la asume como método 

de aproximación a los temas morales”

(Juan María Velasco)

 

“Disfrutar de la ciencia y sus beneficios”[1], “La atención médica se volvió un acto de consumo”[2], “El miedo a que nos copien”[3], “Ahora quiero una niña”[4], “Curar células no es diseñar bebes”[5], “El Gobierno británico da luz verde a la creación de hijos de tres ‘padres’ genéticos”[6]. Estos son sólo algunos ejemplos de los titulares que nos podemos encontrar en los diarios de noticias y sobre los cuales muchas veces sólo pasamos la mirada. Sabiendo que en ellos se tratan temas fundamentales para el desarrollo de la vida, ¿no deberían llamar un poco más nuestra atención? Ya nos advierte Niceto Blázquez, al hablar de la Biotanasia[7], que en muchas ocasiones llega a nuestros contextos situaciones que destruyen la vida a pesar de que al mundo se ofrece como sus promotoras.

 

Seguramente mucha gente en el mundo ha estado a la expectativa de lo que el papa Francisco ha dicho y de la forma en que ha actuado en este primer año de su pontificado, lo cual ha sido un motivo de esperanza para muchos que ven en estos gestos la semilla de una Iglesia “renovada, actualizada”, pero al mismo tiempo se tiene la seguridad de que guiado por el Espíritu que le confirma en su servicio tendrá palabras de vida que ayudarán a quienes le escuchan a reforzar su fe y proyectarla en el mundo en el que se desenvuelven. Hoy ha llegado el momento de escucharlo en la cátedra pronunciada con todo el rigor espiritual e intelectual que comporta un pronunciamiento del Papa, como cabeza visible de nuestra fe.

 

Así ha salido a la luz pública su primer Carta Encíclica “LUMEN FIDEI” dirigida a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos, sobre la Fe. Dado en Roma, el 29 de junio de 2013, en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Con ella para darle realce al año de la Fe (proclamado por su antecesor Benedicto XVI, con quién ha sido coautor), deja clara la urgencia de recuperar el carácter luminoso propio de la fe.

 

Esta luminosidad de la fe[8], tiene mucho que aportarle a las situaciones que atraviesa la vida humana cuando se le desconoce su verdadero origen[9] y se le trata sólo como material de investigación. Sin negar evidentemente todos los beneficios y beneplácitos que recibe la ciencia cuando se ejerce responsablemente y se proyecta para el servicio de la vida y no de sus propios intereses o de quienes proveen los recursos económicos. 

 

La ciencia ha dado posibilidades invaluables al ser humano, sin ella las expectativas de vida serían mucho menores a las que tenemos hoy; pero cuando se ejerce olvidándose de que nuestra vida es don[10] y tarea, lo cual proviene de una confesión de fe en Dios Creador que se ocupa de cada ser humano[11], se queda sólo en respuestas exteriores que al manifestar el desprecio por la vida misma deja el alma vacía y se queda sin las respuesta que la integralidad de la vida humana demanda a diario.  Veamos como la fe puede beneficiar a la ciencia:

 

La fe invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia. (Lumen Fidei n. 34)

 

La ciencia nos conduce al misterio, al encuentro con aquello que escapa del conocimiento científico, de la evidencia, de la razón. La ciencia nos aproxima al momento culmen de la vida pero una vez allí se escapa como a otra dimensión que no puede tener en sus manos. La búsqueda de la verdad, es fundamental en el hombre de ciencia tanto como en el creyente, y allí en la búsqueda de la verdad sobre el hombre, en donde se estudia la vida directamente llegamos a encontrarnos con la bondad de la creación. Con la dignidad humana presente en el mismo acto de existir. El Papa nos ayuda a reflexionar en ello:

 

Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo. En el siglo II, el pagano Celso reprochaba a los cristianos lo que le parecía una ilusión y un engaño: pensar que Dios hubiera creado el mundo para el hombre, poniéndolo en la cima de todo el cosmos. Se preguntaba: « ¿Por qué pretender que [la hierba] crezca para los hombres, y no mejor para los animales salvajes e irracionales? ». « Si miramos la tierra desde el cielo, ¿qué diferencia hay entre nuestras ocupaciones y lo que hacen las hormigas y las abejas? ». En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites. (Lumen Fidei n. 54)

 

Ante la vulnerabilidad humana, llegamos en ocasiones a sentirnos solos, desesperados, abandonados, y es precisamente ello lo que produce la angustia de saberse perdido en el mundo, de llegar a aceptar la proclamación de la muerte de Dios, o de pensar que nos ha abandonado a nuestra propia suerte. Estos sentimientos surgen cuando presenciamos las injusticias, la enfermedad o la soledad que proviene de la cercanía de la muerte. En definitiva de percibir que el tesoro más preciado, la vida, se escapa de nuestras manos. Allí la fe nos ilumina, como dice el Papa ya que por medio de ella sabemos que Dios se ha hecho muy cercano a nosotros, que Cristo se nos ha dado como un gran don que nos transforma interiormente, que habita en nosotros, y así nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano. (LF n. 20)

 

Caminar en la fe nos permite la seguridad de sentir y saber que la muerte no tiene la última palabra sobre la vida, que la vulnerabilidad nos hace cercanos, que en la enfermedad asumida y enfrentada en compañía se encuentra descanso. Vernos unidos en una misma fe ilumina nuestro servicio a la humanidad, en donde cada persona desde su quehacer encuentra inspiración para responder generosa y amorosamente al llamado de la vida.

 

La fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor. La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. (Lumen Fidei n. 51)

 

Hemos escuchado en varios contextos que el trato que la vida humana pueda o no tener, debe ser determinado en espacios alejados de la fe, por ello se dice de la bioética que es una ciencia al cuidado de la vida pero que su orientación es secular. Sin embargo al leer las reflexiones de la Iglesia presentes en la encíclica, se puede percibir perfectamente por que la Fe no sólo puede, sino que además se le debe permitir cumplir con su papel, dando luz a esta ciencia. La bioética-teológica tiene mucho que dar en cuanto a recordar a la sociedad la dignidad humana y su calidad, la cuál será más profunda con los rayos de sabiduría que penetran hasta el espíritu humano. Y esta es la razón:

 

Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb12,2). (Lumen Fidei n. 57)

 

 

 

[1] http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12509923

 

 

[2] http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12796585

 

 

[3] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/05/16/actualidad/1368729583_418888.html

 

 

[4] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/06/26/actualidad/1372277529_900969.html

 

 

[5] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/06/28/actualidad/1372450241_329276.html

 

 

[6] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/06/28/actualidad/1372408175_942180.html

 

 

[7] La biotanasia tomada en sentido estricto significa las diversas formas de destruir vidas humanas en el ámbito de la nueva disciplina alegando motivos científicos, terapéuticos, sociales, raciales y sexualmente discriminatorios. BLAZQUEZ, Niceto “La Biotanasia o el reverso de la vida”, Burgos, 2011, Ed. Monte Carmelo.

 

 

[8] En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría. (Lumen Fidei n.7)

 

[9] El Dios que pide a Abrahán que se fíe totalmente de él, se revela como la fuente de la que proviene toda vida. De esta forma, la fe se pone en relación con la paternidad de Dios, de la que procede la creación: el Dios que llama a Abrahán es el Dios creador, que « llama a la existencia lo que no existe » (R 4,17) (Lumen Fidei n. 11)

 

 

[10] La salvación comienza con la apertura a algo que nos precede, a un don originario que afirma la vida y protege la existencia. Sólo abriéndonos a este origen y reconociéndolo, es posible ser transformados, dejando que la salvación obre en nosotros y haga fecunda la vida, llena de buenos frutos. La salvación mediante la fe consiste en reconocer el primado del don de Dios, como bien resume san Pablo: « En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios » (Ef 2,8s) (Lumen Fidei  n. 19)

 

 

[11] La confesión de fe de Israel se formula como narración de los beneficios de Dios, de su intervención para liberar y guiar al pueblo (cf. Dt 26,5-11), narración que el pueblo transmite de generación en generación. Para Israel, la luz de Dios brilla a través de la memoria de las obras realizadas por el Señor, conmemoradas y confesadas en el culto, transmitidas de padres a hijos. Aprendemos así que la luz de la fe está vinculada al relato concreto de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al cumplimiento progresivo de sus promesas. (Lumen Fidei n.12)

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